Rodrigo, de padres separados, vive con su madre en una casa a las afueras de Ciudad de México. Su relación de dependencia es excesiva, enfermiza, no exenta de un turbio deseo sexual. Cuando la madre empiece una relación con un hombre de solvencia económica, amable, paciente, el chico se llenará de una ira creciente. La que siente por alguien que está ocupando su espacio de hombre de la casa. La que siente por un hombre que tiene relaciones sexuales y gestos cariñosos con su madre, a la que él adora de manera enfermiza. Solitario y de potencial violento, el chico empieza a tener pensamientos peligrosos. Pero la pareja de su madre es un hombre extraordinario que además lo trata muy bien. Y la madre, lo que más quiere en el mundo, está enamorada de él. Su vida se vuelve un mar de dudas, un infierno de dolor, un constante dolor de cabeza. Poco a poco va cayendo en una espiral de locura y sus reacciones se van volviendo totalmente imprevisible.
Intensamente dolorosa, con una radiografía emocional de personajes muy cuidada y sobrecogedora, con unas actuaciones memorables, Blanco de verano es, sorprendentemente, el primer largometraje de ficción de su director: Rodrigo Ruiz Patterson. Tratando una historia muy compleja, sin tabúes, con delicada precisión, pero con la necesaria contundencia, la película va aumentado su intensidad durante el metraje, consiguiendo por instantes unas cuotas de tensión a veces difíciles de soportar. Nuestra única cinta mexicana de este año no dejará indiferente a nadie. No lo hizo en el último festival de Sundance, ni en el de Málaga, donde se hizo con el premio a mejor película iberoamericana, mejor guion y mejor actor secundario.