Por aquellos conflictos de la vida pequeñitos, que sin darnos cuenta se enrocan por causa de la incomunicación y se hacen grandes, Kathy ha perdido la relación con su hermana durante los últimos años. Por eso, cuando recibe la repentina noticia de su muerte y se va al pequeño pueblo donde vivía a hacerse cargo de sus pertenencias y a vender su casa, se da cuenta de que su hermana y su forma de vida son absolutamente desconocidas para ella. Y se entristece. También triste parece su hijo Cody de ocho años, mentalmente más adulto de lo que por su edad le corresponde y por tanto, condenado a la soledad y a la incomprensión de los niños que lo rodean. Y consumido en la monotonía parece también el vecino Del, un anciano veterano de guerra que se mira la vida desde su porche y que vive repitiendo rutinas y viendo amigos, a los que la vida está brindando sus últimos años. Pese al recelo de los tres a relacionarse, estos seres solitarios están condenados a encontrarse, a hablarse, a comprenderse, a atenuar sus soledades y sus dolores.
Con un punto de partida que ya nos conocemos de otras películas americanas, es decir, hombre mayor cansado de la vida que se hace amigo de joven o niño, vecino repentino, para dar ciertas esperanzas a su día a día, Driveways no innova, pero sabe tocar las teclas necesarias para emocionar. La historia es sencilla, pequeña, poco se nos explica del pasado de sus protagonistas, algunas pinceladas leves donde agarrarnos, pero su delicadeza, su guión preciso, su música melancólica, consiguen conmover. Una propuesta bonita y en última instancia, incluso vitalista, donde se tratan, de forma sutil, temas como la soledad, los absurdos rencores que vamos acumulando durante la vida, las oportunidades perdidas o el paso inexorable del tiempo. Una delicia nominada a dos premios, guión y actriz, en la última edición de los Independent Spirit Awards.