Mulholland Drive – El silencio de Lynch

En Sputnik, mi amor Haruki Murakami apuntaba que  “solo unos pocos escritores bendecidos por el talento logra reformular con palabras la irracional composición de los sueños”.  Y lo mismo pasa en el cine, donde el universo onírico ha adquirido múltiples interpretaciones, pero ninguna evoca este mundo como lo hace David Lynch.

Por si películas como Terciopelo azul o Cabeza borradora no fueran suficiente para referenciarlo en el bando del cine independiente americano, Mulholland Drive subvierte toda lógica narrativa y se impregna del surrealismo de referencias tan característico de los sueños, ese no saber qué hacer con la información que se queda en nuestro subconsciente, que se mezcla de manera aleatoria durante el sueño. Heredera directa de filmes alemanes como El gabinete del doctor Caligari, la película de Lynch está totalmente organizada en torno a la mente de la protagonista y a sus deseos, y cada detalle en pantalla revela algún pensamiento oculto en su mente.

La importancia del doble se revela en la escena del espejo donde el reflejo de las dos protagonistas femeninas es, por primera vez, casi idéntico. Y son ellas mismas las que nos guían, a sabiendas, al Club Silencio, donde nada es lo que parece. De hecho, Mulholland Drive no es lo que parece, y si ya de por sí, la forma narrativa es totalmente fragmentaria, disfrutar la película requiere elevarse al siguiente nivel que Lynch propone. Elevarse por encima del discurso aparente, adentrarse en el subconsciente para encontrar todas las conexiones de esa pesadilla que, irónicamente, se ubica en Hollywood, la fábrica de los sueños.

Mulholland Drive habla un intento de redención, una vía de escape para comenzar de cero pero, a la vez, las imágenes revelan todo lo que pudo ser y no fue, todas las esperanzas frustradas y los deseos incumplidos del personaje que (de manera hábil) interpreta Naomi Watts. Lynch va dejando tantas puertas abiertas que los caminos a seguir se revelan infinitos. Y es que, a pesar de sus dos horas de duración, la película atrae, emociona y crea una tensión permanente, que arrastra hacia el duermevela, de donde definitivamente es imposible salir hasta su final.

La cinta no hizo más que reforzar el ya consolidado ideario de su director. Se trata de una propuesta altamente arriesgada cuyos resultados, además, son (surrealistamente) extraordinarios. El cine, al fin y al cabo, es un sueño, y fuera, lo que queda es el silencio de la soledad del que sueña.

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