Slacker

«- Entonces, te interesa ser una especie de artista, ¿o qué?
– No, soy un anti-artista.
– Oh, uno de esos tipos neo-presumidos que se apalanca en las cafeterías…
– Y no hace nada, sí.
No, creo que ser un anti-artista significa…
Me gusta destruir las obras de otras personas.
– Oh, bueno. En ese caso…
– No, estoy bromeando. No hago mucho realmente. Solo leo y trabajo ahí y duermo y como…
y veo películas.»

En 1991, Richard Linklater cogió 23.000 dólares y una cámara de 16 mm y se sacó de la manga uno de los estudios sociológicos más potentes y reales sobre la juventud y vida occidental, en una cinta completamente atípica, estandarte absoluto del cine independiente americano. Tan independiente que incluso se pueden ver los micrófonos en alguna escena. Slacker (que se podría traducir como vago, gandul… lo que Uds. quieran) es una colección de trozos de vida de un sinfín de personajes -no tan extraños como parecen-, perdidos en Austin, Texas, que se pasan el día con ataques de verborrea contracultural, teorías de la conspiración, reflexiones existenciales de Dostoievski, paranoias varias, etc. Con muy poco qué hacer y rodeados de una ciudad destartalada. La apertura de la peli ya es significativa y nos dice exactamente lo que estamos a punto de ver, y está presentada, nada menos, que por su propio director, Linklater, que acaba de llegar de viaje, coge un taxi para ir no sabe a dónde y empieza a contarle al conductor los sueños que ha tenido esa noche y los significados filosóficos que cree pueden tener. El conductor, absorto en la carretera y llevando al que seguramente sea un chiflado más en su quehacer diario, no espeta ninguno de sus comentarios, y el propio Linklater tampoco espera que lo haga. En este pequeño monólogo habla claramente de la intención de la peli. Busca que el espectador vea más allá, diciéndole que algunas situaciones o lugares, por más absurdos, anodinos o  aburridos que parezcan, pueden tener una historia interesante detrás.

Así como sucedía en Extraños en el paraíso (Jim Jarmusch, 1984), esta exploración cinematográfica echaba la mirada hacia el otro lado, hacía lo que parecía que no interesaba a nadie. En Extraños en el paraíso quedábamos todos fascinados viendo en una cinta tiempos muertos de personas tumbadas en la cama mientras esperaban a que sus primas lejanas llegaran a incomodarles la existencia. En Slacker se observa a toda una generación dinamitada por la cultura popular, que ha leído, y que ha perdido la inocencia después de magnicidios y guerras varias, dando vueltas en círculos sin objetivos cercanos en el horizonte. La generación de la comodidad, que tiene (o tuvo) todo y no sabe qué más pedir. Que ya no tiene de qué hablar y se sumerge en las peculiaridades más excéntricas con tal de sacar partido a algo. Slacker es una película fascinante y a la vez aburrida, pero desde luego es toda una celebración del cine que estaba por llegar. Como esos jóvenes que cierran la peli y que van en su coche bebiendo, leyendo a Paul Goodman y su  aguerrido «Creciendo en el absurdo«, y lanzando sus cámaras súper 8 al aire, experimentando y disfrutando del universo de posibilidades que les esperan. Lo más interesante de esta película es que es brutalmente actual. 22 años después, somos  la  nueva hornada de slackers treintañeros, sólo que ahora podemos elegir virtualmente con quién compartir nuestras peculiaridades, y en lugar de taxistas a quienes les importa una mierda lo que decimos, existen redes sociales para gritar nuestro descontento vital de generación perdida, en forma de frases de Paulo Coelho.