
30 Jan Badlands
El amor es extraño. Eso dice la canción de Mickey Baker y Sylvia Robinson al ritmo de la que bailan Kit y Holly en medio de las malas tierras de Dakota del Sur. Extraño como el amor que se profesaban Ian Brady y Myra Hindley, y por el que Sonic Youth grabaron en la portada de su Goo: “Todo era como un torbellino de calor y centelleos. En una semana matamos a mis padres y nos dimos a la carretera”. Frase que podría haber salido de los labios de Holly al inicio de una road trip que comienza con Fort Dupree en el retrovisor del coche que Kit conduce sin mirar atrás. Embarcados en una espiral de violencia y amor habitual en el cine americano, como la de Bonnie and Clyde, Clarence y Alabama, o Mickey y Mallory Knox.
Con una de esas historias y una harmonica quejumbrosa, triste lamento que precede a la crónica de una muerte anunciada, abría en 1982 el Nebraska de Bruce Springsteen. Charles Starkweather, the “mad dog killer” y su novia, Caril Ann Fugate, eran los protagonistas. Ellos, su amor extraño, y un rastro de muertes. Nueve años antes, Terrence Malick, filósofo convertido en autor de cine, los escogería para ser los amantes malogrados de su primer largometraje, a los que bautizaría como Kit y Holly. El joven forajido tendría el rostro y la voz de un Martin Sheen convertido en “rebelde sin causa” de los 70: vaqueros y un Lucky Strike colgando de los labios. La joven niña: las pecas, los enigmáticos ojos azules y el pelo rojo de Sissy Spacek. Así como unos zapatos blancos y negros que caminan hacia la tragedia, y que parece haber heredado la India Stoker de Park Chan-wook.
La voz de Holly cuenta en voz alta el deseo que recorre el subconsciente adolescente. El anhelo de las chicas que sentadas en el porche sueñan con que un James Dean las rescate de las tardes perdidas mirando cómo se seca el césped bajo sus pies. Que las rescate del terrible tedio norteamericano del que hablaba Burroughs en su Almuerzo Desnudo. Kit es su Dean. Sueña con morir con ella, y Holly con perderse “para siempre en los brazos de Kit”. ¿El precio? No importa. El amor es extraño.
La casa de Holly queda reducida a cenizas. Las llamas consumen las paredes. Sus muñecas y vestidos quedan hechos jirones. La Holly que deja atrás a su padre muerto ya no necesita todo eso. Ahora juega a pintarse los ojos y los labios. Rojo sangre. A partir de ahora será Priscilla, la fugitiva. Kit será James y ambos se esconderán como espías en el norte. Nosotros subimos al volante con ellos, les observamos huir camino de Montana, cruzar campos ocre, nubes de polvo, carreteras que se pierden en el horizonte. Entre amaneceres bucólicos y atardeceres rosas de luna llena, como los que retrataba la cámara de William Eggleston, Malick comienza a desdibujar la línea que separa a la naturaleza y al hombre desde su primer filme. Los personajes de carne y hueso se funden con los paisajes. Nos acerca a cada pequeño detalle, cada insecto, cada hierba, que se cruza en el campo de visión de sus protagonistas. Kit y Holly son sólo un trazo más de una obra mayor. Una obra para la historia del cine de autor norteamericano.